Bienvenidos al Catálogo de Historietas de la Hemeroteca Nacional de México

Hija bastarda de géneros menores como el folletín y la caricatura, la historieta popular mexicana nació en hojas volantes y publicaciones de a centavo allá por la octava década del siglo XIX. No cuenta con acta de nacimiento y es prácticamente imposible celebrar su aniversario. Entre lo poco que sabemos de sus primeros años es que fueron difíciles. Las revistas y periódicos decimonónicos sólo muy esporádicamente la admitían en sus páginas y su infancia estuvo llena de episodios oscuros.

ejemplo de portada Chamaco

Durante la tercera década del siglo XX, con ingenuidad juvenil, la historieta mexicana intentó conquistar las coloridas páginas de los suplementos dominicales de la prensa siguiendo el modelo estadounidense. Entonces surgieron títulos como Don Catarino, Mamerto y sus conocencias, Chupamirto, Adelaido el conquistador, Segundo Primero rey de Moscabia o El señor Pestaña. Pero muy pronto estas historietas fueron desplazadas por los poderosos cómics gringos que ocuparon todos los espacios.

Tras su exclusión de la prensa de circulación nacional, a mediados de los años 30 del siglo pasado, la historieta popular mexicana se volvió definitivamente callejera y encontró su sitio en las páginas de unas revistitas pésimamente impresas, editadas en papel de ínfima calidad y de un tamaño ridículamente pequeño para un medio en el que el dibujo es tan importante.

A cambio de estos defectos, esas legendarias publicaciones, llamadas Pepín y Chamaco, eran muy baratas, fáciles de transportar en el bolsillo trasero del pantalón o en la bolsa del mandado, y muy pronto alcanzaron tirajes fabulosos. A diferencia de los periódicos —que en el México de aquellos años leían muy pocas personas—, a los pepines y chamacos se les puede calificar con toda justicia como “medios masivos”. Ahí surgieron títulos como Adelita y las guerrillas, Los Supersabios, Tango, Wama, Pirata negro, Almas de niño, Cumbres de ensueño o Los Superlocos y se forjaron autores como José G. Cruz, Yolanda Vargas Dulché, Joaquín Cervantes Bassoco, Antonio Gutiérrez, Gabriel Vargas, Germán Butze, Ángel Mora y tantos otros.

En este peregrinaje, la historieta mexicana se hizo fantasiosa y aventurera, sensiblera y romántica, relajienta y picaresca. Mostró una vitalidad envidiable, se tornó promiscua y en sus páginas hicieron vecindad charros y cowboys, boxeadores y beisbolistas, superhéroes de ciencia ficción y gánsteres de arrabal, cabareteras y monjas, huérfanos abandonados y aventureros internacionales, rancheritas y taquimecanógrafas, caballeros andantes y pícaros de barriada, villanos inescrupulosos y paladines de la justicia… Todos y todas fueron admitidos en su seno democrático.

En la tinta sepia encontró su tono y, para satisfacer una demanda insaciable que la obligó a salir a la calle todos los días y dos veces los domingos, se hizo de prisa y sobre las rodillas; saqueó argumentos de todas las fuentes de la narrativa universal: la literatura, la historia, el cine, las leyendas ancestrales, los sucesos de actualidad, los chistes de carpa y los chismes de cantina o de salón de belleza… No discriminó fuente alguna, ni la alta cultura ni la baja. De cierta manera, proclamó que la imaginación es asunto de dominio público y no creyó en la propiedad privada de argumentos e ideas.

Creció sin vigilancia crítica y no se preocupó mucho por respetar la ortografía, la sintaxis, la proporción o la perspectiva, ni tampoco las leyes de la lógica, las de la física ni las de ninguna otra disciplina.

Esa historieta pasaba de mano en mano, se alquilaba en los mercados, tendederos de banqueta, misceláneas y quioscos de esquina. Una vez leída por innumerables visitantes servía como combustible para el calentador, como papel higiénico o como envoltura de las más variadas mercancías.

Aquella historieta popular mexicana fue moralina y guadalupana, al mismo tiempo que subversiva e irreverente. No se le puede calificar de kitsch porque tuvo muy humildes pretensiones estéticas; en cambio con frecuencia fue cursi: le gustaban las lágrimas copiosas, los argumentos truculentos y retorcidos, las frases engoladas, los vestidos de novia, la joyería de fantasía, los autos deportivos y las mujeres de pechos y glúteos prominentes. También le encantaban los galanes guapos y musculosos y, desde luego, siempre honró a las mujeres recatadas y virtuosas, aunque fue bastante permisiva con sus pares masculinos.

Así como la historieta mexicana fue católica, machista y devota de las madres abnegadas, también fue parrandera y celebró la risa carnavalesca, los albures ingeniosos y a los pícaros que desafiaban toda autoridad; se burló además sin misericordia de toda jerarquía. En sus páginas se dijo sin tapujos lo imposible de expresar en otros discursos. Y si no siempre fue divertida, muy pocas veces fue aburrida.

La historieta popular mexicana fue paradójicamente marginal y omnipresente, pero sólo la entendieron las y los analfabetos, menores de edad y adolescentes desorientados, las mujeres y algunos extravagantes que no repudiaban la dicha de gastar el tiempo en su lectura.

Naturalmente, provocó el escándalo de las buenas conciencias. Los pedagogos abominaron de ella y la calificaron como lectura perniciosa. Fue perseguida por las asociaciones religiosas y de padres de familia. Baste como ejemplo señalar que, en 1952, como parte de una “Cruzada moralizadora” promovida por asociaciones de padres de familia, se incendiaron enormes pilas de historietas en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México.

La idea de que la historieta era un producto nocivo que favorecía la cultura de la miseria y era culpable de graves lastres mentales de nuestro pueblo la compartía el propio Estado mexicano, de manera que el Reglamento de Revistas Ilustradas, que estuvo vigente durante muchos años, señalaba:

La educación se ve contrarrestada de manera grave por una serie de revistas ilustradas, historietas y láminas, que bajo pretexto de amenidad o diversión contienen argumentos y estampas nocivas por su inmoralidad, que apartan el espíritu juvenil de los cauces rectos de la enseñanza, presentando a menudo descripciones gráficas que ofenden el pudor, la decencia y las buenas costumbres excitando sexualmente a la juventud y exponiéndola a los riesgos de una conducta incontinente o libertina.

Eso no obstaba para que el Estado mismo subsidiara las editoriales de historieta con papel barato, exenciones de impuestos y facilidades para la distribución, entre otros apoyos. El negocio es negocio y el Estado estaba para propiciarlo.

Desde luego, y con estos antecedentes, la lectura de la historieta popular mexicana no proporcionó prestigió alguno a sus lectores: muchos, incluyendo a sus propios argumentistas y dibujantes, la cultivaron con cierta vergüenza y a escondidas.

A partir de pepines y chamacos, la historieta popular mexicana se multiplicó en miles de títulos y, entre los años 50 y 80 del siglo pasado, saturó los puestos de periódicos y alcanzó los rincones más apartados del territorio nacional, constituyéndose en la lectura predominante del país.

Durante la década de los 40 del siglo XX, cuando la demanda potencial de letra impresa era de unos diez millones de lectores (que para entonces era el número de alfabetizados del país), de Pepín, Chamaco, Paquito, Pinocho, Paquín y Cartones se editaban alrededor de cuatro y medio millones de ejemplares. Mientras que el tiraje de todos los periódicos del país difícilmente sumaba el medio millón de ejemplares diarios.

Durante los siguientes cincuenta años, más o menos hasta el final de los años 80, la historieta popular mexicana mantuvo su predominio como la lectura favorita de las y los mexicanos. Las investigadoras Adriana Malvido y Teresa Martínez calcularon a mediados de esa última década que la cantidad de lecturas de historieta en México alcanzaba la increíble cifra de los dos mil millones de lecturas anuales. Paradójicamente, la historieta popular mexicana fue al mismo tiempo una lectura masiva y clandestina.

Fue abusada por empresarios insaciables que hicieron enormes fortunas a sus costillas y la explotaron y exprimieron sin límite. A su sombra crecieron grandes emporios periodísticos, cadenas hoteleras y muchos otros negocios poco respetables.

Esa narrativa callejera, que procreó personajes como la heroína urbano-popular Borola Tacuche de Burrón, el sabio indígena Caltzonzin, el fantasioso y atormentado adolescente Panza o el memorable borracho Tsekub Baloyán, inevitablemente envejeció, como todo en esta vida.

Para las últimas décadas del siglo XX, la historieta callejera ya se mostraba ojerosa y cansada; entonces se volvió reiterativa y se dedicó a saquear sus propios recursos hasta agotarse y agotar a un público que le había sido extraordinariamente devoto.

En el siglo XXI aquella historieta popular mexicana ya sólo es leyenda y pasto de nostalgia.

Pero si queremos indagar cómo fue que las y los mexicanos del siglo XX nos entendimos con el romance, la aventura, el humor o el melodrama, la historieta es la fuente privilegiada. Y si la historieta popular mexicana no refleja exactamente cómo éramos en el México de entonces, nos dice bastante de cómo queríamos ser; cómo vivimos el barrio, la idea del héroe, la pobreza, el tránsito del campo a la ciudad, el género, el racismo, el poder, la aspiración de ascenso social; la humillación, la infancia, la sexualidad, el noviazgo, el matrimonio, el divorcio, el adulterio y la soltería. Nos dice con qué nos identificábamos, por qué llorábamos y de qué nos reíamos.

La historieta popular mexicana constituye un universo narrativo de importancia mayúscula, pero paradójicamente, aunque es una de las más ricas fuentes del imaginario popular, sigue siendo la gran desconocida de nuestras industrias culturales. A diferencia del cine, la radio y la televisión que recibieron la atención de la crónica periodística, y hasta cierto punto han sido objeto de atención académica, la historieta popular fue sistemáticamente desdeñada pese a ser un gran depósito del imaginario popular.

Afortunadamente el país cuenta con una colección pública de historietas mexicanas: la que resguarda la Hemeroteca Nacional. Este rico archivo está, desde hace años, esperando que los investigadores abran el arca del pasado, de ese pasado que habita nuestro presente y de cierta manera nos lo explica.

La colección se encuentra dividida en dos grandes apartados: la colección encuadernada y la colección por empastar.

La colección encuadernada está constituida por 6 047 volúmenes de historieta mexicana y 1 149 de historietas de autoría extranjera impresas en México. Abarca la producción realizada entre 1936 y mediados de los años 80 del siglo XX, e incluye las principales series, títulos y autores de la época más prolífica de la historieta popular mexicana. La colección sin empastar resguarda las obras que enviaron los editores obligados por un reglamento que los obliga a entregar algunos ejemplares de todas sus ediciones, mediante el mecanismo llamado Depósito Legal.

Durante muchos años, la Hemeroteca Nacional de México se preocupó por resguardar esta colección y enriquecerla con la producción de años posteriores (que se ha ido incorporando a la colección por empastar) así como con algunas donaciones y adquisiciones, pero otras prioridades impidieron su catalogación, por lo que sólo estuvo a disposición de contados investigadores. Hasta el año 2006, solamente se contaba con un inventario mecanografiado de 12 cuartillas, realizado en 1979 por un equipo de bibliotecarios, cuando la Hemeroteca se trasladó del edificio en el antiguo templo de San Pedro y San Pablo a las instalaciones del Instituto de Investigaciones Bibliográficas en Ciudad Universitaria.

La colección encuadernada se empezó a catalogar en 2006, gracias a un apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Labor que ha tenido continuidad en tres etapas subsiguientes (2014, 2018 y 2020), todas apoyadas por el FONCA. Desde el principio se propuso que el catálogo no sólo estuviera disponible en las instalaciones de la Hemeroteca, sino que estuviera en línea a disposición del público nacional e internacional. De manera que este catálogo, al que hemos bautizado en su versión en línea con el nombre de Pepines —como la gente denominaba coloquialmente a las revistas de historieta a mediados del siglo pasado—, tiene una larga historia, y se ha venido actualizando y enriquecido con nuevos registros, métodos de catalogación y formas de consulta a lo largo de sus ya casi 15 años de existencia.

El doble propósito del Catálogo es, por un lado, consignar la existencia de series de historieta popular mexicana amenazadas por el olvido histórico y, por otro, invitar al público a la consulta directa de la colección misma.

Pepines no es solamente un catálogo hemerográfico en el que se consignan los datos de cada publicación, sino un catálogo de segundo nivel, en el que hemos incluido la descripción de cada título, así como, por lo menos, tres imágenes de cada uno.

No se trata, además, de un simple catálogo de publicaciones de historieta, sino de series, dado que muchas de estas revistas, sobre todo de los años 40 y 50 del siglo pasado —como Pepín, Chamaco o Cartones—, en cada entrega contenían varias series —como Los Superlocos o Los Supersabios—, a diferencia de la gran mayoría de las revistas de historieta de años posteriores, en las que los títulos coinciden con el nombre de la serie —como Chanoc o Memín Pingüín—, de manera que los usuarios del catálogo encontrarán registros diferentes de algunas series, como Adelita y las guerrillas, que se publicó en las revistas Pepín, Pinocho y Muñequita y, finalmente, en una revista homónima del título de la serie.

En cada registro se consignan los datos de la publicación en los que apareció la serie; los números en existencia en la Hemeroteca Nacional; los nombres de los autores o autoras, tanto de los argumentos como de la gráfica; el género y las variantes temáticas principales a las que se adscribe cada serie; entre una y quince imágenes, además de una descripción de la temática, que incluye datos sobre la historia de la publicación y comentarios sobre su importancia que pretenden orientar a los usuarios de la página, así como ayudar a quienes estén interesados en consultar la colección.

El catálogo permite hacer agrupaciones de títulos por: Publicación, Argumentista, Gráfica, Género, Técnica y Variantes temáticas, mediante hipervínculos resaltados en rojo, de manera que los usuarios puedan hacer diferentes tipos de consulta, agrupando, por ejemplo, todos los títulos publicados en la revista Chiquitín, o todas las historietas argumentadas por Yolanda Vargas Dulché, o las historietas del género de aventura o las de box, etcétera, etcétera.

En cada registro se proporciona además un vínculo al Catálogo Nautilo de la Hemeroteca Nacional, que conduce al registro hemerográfico detallado de cada serie.

Las y los usuarios encontrarán en cada uno de los registros un espacio para hacer comentarios sobre la serie correspondiente, mismos que se van acumulando para facilitar el intercambio entre sí y con la página.

Por último, Pepines se complementa con una sección de ensayos —recibimos propuestas de textos para su publicación en la página— y con una sección de testimonios en video de 27 autores emblemáticos de la historieta popular mexicana, entre quienes se encuentran Yolanda Vargas Dulché, Sixto Valencia, Rius y Gabriel Vargas, entre otros.

Sabemos que muchos lectores quisieran que la Hemeroteca digitalizara y pusiera a disposición del público las series completas para su consulta y disfrute, sin embargo, por respeto a los derechos de autor esto es imposible. Esperamos que en algún momento pueda realizarse sin lesionar los legítimos derechos de los autores y sus herederos. Por lo pronto, la consulta de los ejemplares completos sólo se puede hacer acudiendo a las instalaciones de la Hemeroteca Nacional de México.


Juan Manuel Aurrecoechea.
Noviembre de 2021.



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